Un expresidente de la Argentina solía decir “un poco de inflación, ayuda”, confiado en que la suba de precios aportaba más ingresos –vía los impuestos al consumo– para las arcas oficiales. Este razonamiento, válido en lo inmediato, se convirtió en un bumerán en el mediano plazo.
Como le sucedió a ese exmandatario, la realidad está golpeando con dureza las puertas de la administración de Cristina Fernández, que –como una forma de ocultar los problemas cada vez más graves de su gestión– lanza una supuesta épica denominada “7-D” (7 de diciembre).
Esta mal entendida epopeya gubernamental no es otra cosa que silenciar las voces independientes de los medios de comunicación que descubren las falacias del relato kirchnerista.
Este no logra disimular que la Argentina ya tiene la inflación más alta de Latinoamérica y la cuarta más elevada del mundo, sólo superada por los países más empobrecidos de África –Sudán y Sudán del Sur– y por Bielorrusia.
El alza de los precios en el país está por encima, incluso, de regiones que soportan pobrezas extremas, como Etiopía, Burundi y Yemen, según un informe del Banco Ciudad de Buenos Aires.
El documento de la entidad financiera recuerda que la inflación interanual supera el 24 por ciento según los institutos privados de economía, en tanto el índice de precios del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) sólo reconoce un incremento del 10 por ciento.
Aquella cifra supone superar a Venezuela, país que hasta hace poco ostentaba –con el 20 por ciento de inflación anual– el indecoroso número uno en América latina.
Otros informes revelan que los restantes países de la región han logrado moderar el alza en los bienes y servicios a un rango de entre dos y seis por ciento anual, incluso con tasas positivas de crecimiento. Estos datos también desarticulan el relato de la Presidenta, quien en no pocas ocasiones afirmó: “El mundo se nos vino encima”.
La verdad es que lo que se vino encima de los argentinos es un gasto público récord, sin financiamiento genuino y sólo basado en ganancias ficticias del Banco Central o adelantos transitorios al Tesoro nacional, que no es otra cosa que la popular “maquinita” de imprimir billetes.
La percepción de que los precios seguirán subiendo, como lo revela la encuesta de expectativas de la Universidad Torcuato Di Tella, acelera el uso del dinero, lo que genera una demanda que no puede ser atendida por la oferta y que sólo se corrige con otra suba, en una peligrosa espiral que debe ser enfrentada de inmediato.
El Gobierno debe entender que la inflación es dañina para los más humildes y coloca al país en desventaja competitiva al momento de salir del actual estancamiento, con lo cual termina impactando en la creación de empleo, justo cuando la desocupación volvió a aumentar